jueves. 28.03.2024

La mayoría de los expertos que han visitado recientemente la hermosa, boscosa y montañosa región de Ribeira Sacra, en el noroeste de España, donde la cosecha se recogía este jueves, han llegado a una misma conclusión; el universo del vino tiene una nueva estrella. Llegar a ese paradigma no ha sido fácil.

 

"La Ribeira Sacra, como otras zonas de Europa a finales del siglo XIX quedó arrasada por las epidemias de la filoxera", explica a Efe José Manuel Rodríguez González, presidente del consejo regulador de la Denominación de Origen Ribeira Sacra. Rodríguez González se refiere a la enfermedad por una plaga de ácaros que llegó de América y hace más de un siglo destruyó cultivos de viñedos a lo largo y ancho de Europa.

 

En el interior de Galicia, una región lejana de las costas ricas en pesca pero peligrosas, la Ribeira Sacra fue particularmente afectada por la plaga, debido a su relativo aislamiento. Debido a esto, la cultura del vino, que pobladores locales remontan a la época del imperio romano, estuvo a punto de desaparecer.

 

La región toma su nombre de los monjes que tras la presencia romana establecieron capillas, iglesias y monasterios en su valle y montañas durante la Edad Media, y plantaron viñedos para que produjeran el vino que necesitaban para la eucaristía. En forma de V, la orografía del valle presenta terrazas conocidas localmente como "bancales" y en las que el cultivo tuvo que abrirse paso entre vetas de granito, pizarra y terreno arenoso.

 

La catástrofe de la filoxera llevó a la virtual desaparición de los ancestrales vinos de la región, que fueron reemplazados a mediados del siglo XX con cepas como las de Palomino, procedentes de la región de Jerez, en el sur español. El propósito fue restablecer la industria vitivinícola para producir grandes cantidades de vino de baja calidad que proporcionara algún tipo de ingreso a los cultivadores locales. No faltaban locales que recordaban la calidad de los vinos del pasado y localizaron cepas que sobrevivieron a la plaga devastadora, lo que condujo a la recuperación de las antiguas variedades.

 

Las variedades de uvas blancas Godello y Albariño fueron las primeras que volvieron a ver la luz, junto a las del tinto Mencía. Después llegaron los blancos Loureira, Treixadura, Doña Branca y Torrontés, así los tintos Brancellao, Merenzao, Sousón, Garnacha Tintorera and Mouratón, que vinieron a incrementar la oferta. "Hoy en día se están empezando a hacer vinos con estas variedades menos utilizadas y la variedad típica, la que marca la diferencia en Ribeira Sacra, es la Mencía que supone el 85 por ciento dentro de las variedades tintas", dice Rodríguez González.

 

Agrega que, en la actualidad, se cultivan 1.200 hectáreas de viñedos por unos 2.300 agricultores, de los que unos 700 no venden su vino y lo dedican a su propio consumo. El resto del vino es vendido o pasa a nutrir las más de 90 bodegas que existen en la zona. El último eslabón de la cadena lo ocupa Fernando Álvarez Fernández, que pastorea vacas y se dedica a la elaboración de queso en su granja en las laderas de una montaña. Álvarez Fernández produce pequeñas cantidades de blanco y tinto con la ayuda de amigos y familiares.

 

"Como rentabilidad en vacas, en cantidad de queso, en cantidad de vino, en cantidad de uva, a lo mejor no es rentable económicamente, pero si miras todo el proceso que hago, cuidar la montaña paisajísticamente, crear vida en una zona muy desfavorecida y protegerla de la erosión y fuegos, y mantener la montaña viva, pues al final sí que es rentable. Haces muchas funciones", dice. Como él, la mayoría de los productores del valle tienden a elaborar vino joven que se consume antes de cinco años. Sin embargo, nadie duda el tremendo potencial que poseen la variedades de uvas de la Ribeira Sacra para elaborar vinos espectaculares.

 

Hay quienes, como Rodríguez González, hizo en una ocasión madurar el vino en barriles de roble, una técnica que a través del proceso conocido como polimerización añade complejidad y estabilidad a los vinos, permitiendo que envejezcan bien en botellas durante muchos años. Rodríguez González experimentó con roble para su "Décima, D. Furioso in Memoriam", un vino de 2011, pero admite que prefiere la frescura y transparencia de los vinos jóvenes que no han madurado con roble. "Esto es un pequeño continente dentro de una misma denominación con terrenos desde arcilla a granito, pizarra, esquisto, zonas de aluvión", dice.

 

"Tenemos diferentes orientaciones, diferentes pendientes, diferentes suelos" precisa, y agrega que esa inusual riqueza mineral permite vinos excepcionales que no necesitan de roble para alcanzar complejidad. No obstante, hay productores que han elegido llevar el límite al extremo, con espectaculares resultados. Javier Domínguez, empresario de éxito en el sector de ropa y nacido no lejos del Río Bibei, siempre ha creído que los altos lindes del valle pueden producir vinos excepcionales, capaces de envejecer, y con una complejidad suprema. "La filosofía de Dominio de Bibei es hacer vinos que puedan envejecer," dice Xuan López, un enólogo en la bodega.

 

"Pero queremos preservar los aromas de las variedades, y por eso buscamos usar barricas de roble que se han usado anteriormente" López dijo que recientemente había catado vinos de Godello de las añadas 2002 y 2003. "Estuvieron espectaculares, entre los mejores vinos blancos de España." Rodríguez González estuvo de acuerdo. "Tenemos diferentes orientaciones, diferentes pendientes, diferentes suelos. Estamos hablando de un lugar con unas posibilidades de hacer vinos diferentes como no tiene ninguna otra zona en el mundo".

La Ribeira Sacra: Descubriendo una joya de la vitivinicultura española