sábado. 20.04.2024

Para ellos ha sido un año "intenso" en el que se han enfrentado al que quizás sea el "reto" más "importante" y "emocionante" de sus carreras profesionales, el de vencer con sus batas blancas a un virus letal, el Ébola, dentro de las paredes del Hospital Carlos III de Madrid, un desafío que han conseguido.

 

En una entrevista con Efe, tres de los sanitarios que formaron parte del equipo que atendió a los tres españoles infectados con el virus hacen balance de esos meses de "presión", y confiesan "de corazón" que nunca tuvieron miedo aunque sí respeto y "un poco de emoción" mientras atendieron a esos pacientes.

 

El doctor Fernando de la Calle, especialista en patologías tropicales del Hospital La Paz-Carlos III, recuerda que cuando supo que un español iba a ser repatriado tras haber contraído el ébola en Liberia -el religioso Miguel Pajares- por un lado sintió "vértigo" aunque el personal médico "estaba mentalmente preparado".

 

En el mismo sentido se pronuncia la doctora Marta Arsuaga, también de la unidad de Tropicales, quien subraya que el pensamiento del equipo era hacer las cosas bien para que no hubiera ningún problema; "incluso sentimos un poco de emoción porque profesionalmente ver un ébola es algo que pensábamos que nunca íbamos a ver", afirma.

 

Lo primero que le vino a la mente a Belén Fernández, facultativa del laboratorio de análisis clínicos del hospital, al saber de la repatriación de Pajares fue: "vaya faena" para el paciente por la enfermedad "tan grave" que padecía, y también para España porque "se tenía que enfrentar a un virus al que no se había enfrentado nunca". El caso de la gallega Teresa Romero fue diferente, admiten los tres.

 

Era una compañera, auxiliar de enfermería, que se había ofrecido voluntaria para asistir tanto a Pajares como a Manuel García Viejo -el segundo religioso repatriado- y que se había contagiado al atender a este último. "Fue traumático, la verdad", dice De la Calle, quien apunta que podía haber sido cualquiera del equipo médico. "No hay que criminalizar, cualquier personal sanitario puede tener un accidente con una aguja, puede tener cualquier cosa, eso no implica que seas mejor o peor profesional, simplemente implica que es una profesión con ciertos riesgos", continúa el doctor.

 

Sobre el caso de Romero, Arsuaga considera que "hubo algún comentario que estaba fuera de lugar clarísimamente" porque era una paciente cuya vida "corría peligro". "Me parece que ha habido una serie de, no sé si de catastróficas desdichas o unos pocos desaires que se podían haber evitado si desde el primer momento se hubiera lanzado una información verídica, de tranquilidad y seguridad", asevera Arsuaga.

 

Finalmente, Romero superó el virus, un hecho que para los doctores supuso "mucho alivio", "mucha esperanza y alegría". Los días en los que la auxiliar se debatía entre la vida y la muerte fueron de mucho "esfuerzo", recuerda De la Calle, por eso, el poder dar la noticia de la curación le hizo sentir que todo había merecido la pena.

 

"Es muy fácil a toro pasado decir que se podía haber gestionado mejor, yo también pienso que se podía haber gestionado distinto, pero en un momento de crisis, primero hay que resolverla y luego preocuparse de cómo comunicar e informar", reflexiona Belén Fernández. Echando la vista atrás, De la Calle resume los últimos meses: "intensos en todo", tanto cuando había buenas noticias como cuando había malas. "Absoluta intensidad", insiste. Fernández describe su año como "complicado", "muy movido", con un final "muy inesperado" y profesionalmente "todo un reto".

 

Los tres coinciden en resaltar que ahora España está más preparada para hacer frente a un virus, que en África, recuerdan, se está cobrando miles de vidas, por eso también comparten la idea de que a los que realmente reconoce la revista Time, que eligió como Persona del Año en 2014 a quienes luchan contra el ébola, son precisamente los facultativos que tratan de salvar vidas en África. "Son los que tienen la medalla puesta", resalta Arsuaga.

 

Salvadores con bata blanca