martes. 19.03.2024

El 21 de septiembre se celebra el Día Internacional del Alzheimer, un buen momento para sensibilizar a la población con esta enfermedad, cuya magnitud no siempre se conoce.Se calcula que alrededor de un 7% de los españoles mayores de 65 años están afectados, lo que supone en torno a medio millón de personas. Esto genera un considerable gasto económico y social, que se verá incrementado en el futuro dado el progresivo aumento de la esperanza de vida.

 

Alzheimer, el dolor de la ausencia

Las demencias en general y, especialmente, la enfermedad de Alzheimer constituyen hoy día uno de los problemas de salud que más preocupaciones genera. No es para menos: la experiencia de una persona que progresivamente comienza a perder sus capacidades intelectuales hasta un punto en que se vuelve incapaz de reconocer a sus seres más queridos resulta ciertamente sobrecogedora.

 

En la enfermedad de Alzheimer las neuronas van degenerándose y muriendo de forma aparentemente espontánea. Primero se lesionan las neuronas de una zona específica (el hipocampo del lóbulo temporal) y después, el resto del cerebro. Aunque el proceso no es igual en todos los enfermos, a grandes líneas se puede trazar una evolución similar en la mayoría de los casos, que pasa por tres grandes fases: leve, moderada y avanzada.

 

Son muchas las líneas de investigación sobre las que los científicos están trabajando, pero, a día de hoy, la enfermedad de Alzheimer sigue siendo incurable. Es una terrible enfermedad que destruye progresivamente la memoria y la personalidad de quien la padece.

 

Fase leve: los más cercanos notan cambios

En esta primera etapa la persona afectada no presenta aún síntomas demasiado evidentes, pero los más cercanos se dan cuenta de que tiene problemas para recordar sucesos recientes o citas. Le cuesta realizar tareas que implican varios pasos sucesivos y coordinados, como cocinar, llevar las cuentas, etc. Se empieza a desorientar en el tiempo (confunde fechas) y en el espacio (tiene dificultades para conducir).

 

El lenguaje se empobrece, la conversación es cada vez más repetitiva y no le resulta fácil hablar con varias personas a la vez. El enfermo es consciente de que empieza a sufrir estos cambios y le afecta emocionalmente. Se manifiesta apático, desconfiado, aunque el rasgo principal es el de la ansiedad.

 

Fase moderada: la familia toma conciencia

Al enfermo le cuesta mucho recordar sucesos recientes y confunde episodios lejanos. Tiene una creciente dificultad para ejecutar tareas sencillas, manejar objetos, escribir e incluso vestirse solo. Se desorienta fuera de su entorno habitual. Genera conversaciones estereotipadas para salvar así sus lagunas de memoria.

 

Le cuesta entender lo que pasa a su alrededor, reconocer objetos y caras, distinguir la derecha de la izquierda, etc. Desde el punto de vista emocional, pasa de la fase de ansiedad a otra de depresión. Además, está irritable, desinhibido o profundamente apático. Es en esta fase cuando la familia toma conciencia del avance inexorable de la enfermedad y de la carga que supone para el cuidador.

 

Fase avanzada: decrepitud

El enfermo ya es dependiente para todas sus actividades básicas y precisa un cuidador que le atienda y supervise las 24 horas del día. La memoria está gravemente deteriorada, le cuesta mucho reconocer a las personas, incluso a su pareja.

 

La comunicación verbal queda reducida al mínimo. Aparecen trastornos de conducta: habla con su imagen en el espejo, sufre alucinaciones y trastornos obsesivos (vagabundeo, acumulación de objetos), tiene ideas delirantes (que le roban en casa). También irán manifestándose notables limitaciones físicas: dificultades para tragar, rigidez en los miembros, incontinencia urinaria y fecal. Al final el enfermo requiere los cuidados paliativos de un enfermo terminal. El cariño, el mejor tratamiento

 

De momento, la enfermedad de Alzheimer no tiene cura y los efectos de los tratamientos farmacológicos son muy limitados.

 

Los tratamientos sirven aún para poco. Más que ninguna pastilla, un enfermo de alzhéimer necesita un cuidado adecuado que le permita prolongar su autonomía y controlar muchas de sus manifestaciones emocionales y de conducta. Y necesita cercanía y cariño: cuando el enfermo pierde la capacidad de comunicación verbal y solo entiende algunos gestos, el tono de voz, las caricias..., la comunicación no verbal se vuelve esencial.

 

El cuidador suele estar pendiente de alimentar al enfermo, cambiarle de postura, mantenerlo limpio y aseado... pero además debe tener presente que el enfermo, que ha pedido tanto, sigue siendo una persona que siente. Mirarle a la cara, sonreírle, darle la mano, sujetársela con cariño, darle achuchones, acariciarle la mejilla, darle masajes suaves en los hombros... el enfermo "siente" ese afecto, y mantener un contacto atento y cariñoso le hace más feliz.

 

La música relaja, anima, conmueve: canciones de su época, de la infancia, las que el enfermo cantaba o escuchaba con más ilusión, la música clásica... darle la mano y moverla suavemente siguiendo el ritmo, le ayudará a estar a gusto, a disfrutar y será gratificante para quien lo cuida.

 

Fuente artículo: ocu

El cariño, el mejor tratamiento para el Alzheimer