viernes. 29.03.2024

El catedrático y académico Ricardo Sanmartín cree que la actual crisis es "un golpe que nos baja de nuestra nube de bienestar" y que, como tras las guerras, puede "enseñar a vivir de otro modo". La vida vuelve a reclamar nuestro respeto, "nos hace ver nuestra pequeñez y la estupidez del orgullo y del derroche de recursos", asegura.

 

Formado en la Universidad de Deusto y en la de Cambridge (Reino Unido), el miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, considera que aún es pronto para saber si nacerá una sociedad mejor después de esta situación derivada de la COVID-19, porque, explica, dependerá de "la sabiduría o estupidez con que se acuerden las medidas para una reconstrucción global".

 

Sanmartín (Valencia, 1948), catedrático de Antropología Social de la Universidad Complutense, además de licenciado en Económicas y en Derecho, no cree que la situación que se está viviendo acabe en la estigmatización de una parte de la población como ocurrió con el sida en el pasado.

 

El caso del VIH estaba cargado, recuerda, de "significados negativos desde el inicio", pues se asoció a un signo de promiscuidad sexual o al uso de jeringuillas compartidas entre toxicómanos, añade en una entrevista con EFE, el catedrático y profesor invitado en las universidades de “La Sapienza” de Roma, Perugia o Burdeos.

 

"El contagio, según la interpretación popular, se entendía como una consecuencia de conductas censurables. La valoración cultural de la fidelidad o de la familia tradicional, chocaban con dichas conductas.

 

No era tan solo una amenaza a la salud física, sino a instituciones centrales de la sociedad. Ese tipo de culpabilización no es esperable en el caso del coronavirus. La universalidad de su contagio -desde primeros ministros a gente sin techo- dificulta estigmatizar a unos frente a otros", detalla.

 

P.- Sin embargo, ¿pueden multiplicarse las líneas divisorias entre el "nosotros" y los "otros", entre los sanos y los enfermos?

R.- Es pronto para detectarlo, pero no parece que esa reacción se esté dando con los casos que cualquiera de nosotros conocemos, ni con los que aparecen en los medios de difusión. Vemos preocupación por los mayores de las residencias, por vecinos y amigos regresados como salvados de una dura experiencia. A pesar de algunas excepciones -que por serlo llegan a noticiarse- lo que se observa es solidaridad, rabia, aplausos, buenos deseos.

 

P.- Han aparecido los primeros atisbos de crispación (los "justicieros" de los balcones, pintadas en coches de los sanitarios …) ¿Es fruto del miedo o hay otros factores que expliquen este comportamiento?

R.- Sin duda, el miedo es una emoción muy poderosa. Pero no se trata solo del miedo. Los que insultan, pintan mensajes contra los profesionales que nos cuidan o evitan a sus vecinos, se escudan en el anonimato de sus acciones o en el bulto del grupo. Son acciones poco meditadas, de escasa inteligencia, que equivocan la diana de su amargura.

 

Siempre hay gente a quien le cuesta analizar la realidad social. No solo temen contagiarse, también encarar su propia impotencia ante un problema de gran complejidad. No son mayoría, pero al repetirse mañana, tarde y noche en los noticiarios, acaban difundiendo un ambiente que no es el real.

 

P.-¿Será mejor la sociedad que salga de esta crisis?

R.- Es pronto para saberlo y depende de la sabiduría o estupidez con que se acuerden las medidas para una reconstrucción global de la sociedad y la economía. Será diferente, pero se producirá más lentamente, a medida que vayan produciendo consecuencias las nuevas medidas. Si siguen adoptándose a corto plazo, el declive se hará notar.

 

Si, por el contrario, triunfa la sensatez y la generosidad, la ambición colectiva internacional en favor de mejoras ecológicas de nuestro mundo, nuestros nietos lo agradecerán.

 

P.-¿Cuáles son los principales aspectos positivos y negativos surgidos de esta crisis?

R.-Esta pandemia es un golpe que nos baja de nuestra nube de bienestar y abundancia, basada en más fragilidad de la que creíamos. Como tras las guerras, también aquí podemos aprender a vivir de otro modo. La vida vuelve a reclamar nuestro respeto, nos hace ver nuestra pequeñez y la estupidez del orgullo y del derroche de recursos contaminantes. A pesar de la rápida reacción, la lentitud de los trámites ha desvelado una gran pobreza en la organización de los sistemas informáticos de todas las administraciones (…).

 

La contaminación ha descendido mucho, se ha triplicado el uso del carril bici, todo el mundo está aprendiendo a teletrabajar, cae el petróleo, pero suben las energías renovables, crece el maltrato doméstico y la violencia de género (que no dependen del virus, sino de la moral y cultura previas), pero disminuye el número de alumnos por aula que era una vieja reivindicación pedagógica. Las normas de distanciamiento incrementan la alerta de nuestra atención y así ejercitamos nuestra mente.

 

Estamos más pendientes de parientes y amigos que no podemos ver, e incluimos en nuestras rutinas un tiempo para esa generosidad. Hemos comprado y leído más libros… Hasta aumentan los rezos, el yoga, la meditación (...). Sin duda, es un paso más que nos adentra en la nueva época.

 

P.- ¿Cuáles son los riesgos de que la sociedad esté construyendo tan rápidamente una serie de nuevas normas sociales y que implican una determinada moral?

R.-La rapidez en cambiar normas sociales ha sido necesaria, dada la rápida expansión de la epidemia. Normas que han nacido con la conciencia de su provisionalidad, y son fruto del deseo de atajarla lo más rápido posible. Su moralidad no es, en realidad, distinta de la previamente existente. Muestran una escala de valores previa.

 

Primero está el valor de la vida, luego el de la libertad de movimientos. Si han sido drásticas, excesivas para algunos -como vemos en países que ya están contando más fallecimientos- lo han sido por otras valoraciones morales que también eran previas al virus: la valoración del flujo económico, pues no se desea volver a un tipo de sociedad anterior a la abundancia, anterior al bienestar.

 

En realidad, dado que la pandemia daña más a quien menos tiene, no ya las normas, sino la crisis reforzará la desigualdad social. Los cambios morales todavía están por ver. Todo depende de la reconstrucción posterior.

El académico Ricardo Sanmartín: "El virus puede enseñar a vivir de otro modo"