viernes. 29.03.2024

"Nuestro confinamiento es mucho más soportable que el de la mayoría. Trabajamos siempre solos", cuenta Elena Aramendia, que vela por la seguridad en la mar. Su casa es uno de esos faros del fin del mundo, como el que noveló Julio Verne. Y en él se ocupa esta mujer de que el control de las señales esté en orden, pero también cose, lee, estudia, ve series y cocina bastante.

 

Los de su gremio están curtidos en una tarea que, a ojos de los demás, podría moverse entre la soledad y el romanticismo y quizás su particular centro de trabajo se vislumbre como el "refugio idílico" ante una pandemia como la del COVID-19, un patógeno que ha obligado al confinamiento domiciliario.

 

En esos enclaves donde la tierra se despide y se deja abrazar por el océano, la intimidad de estas torres de luz potente es la misma de siempre. Que se lo digan a Elena, una de las últimas fareras en Galicia y responsable de los sistemas de ayuda a la navegación en la costa de Lugo. Desde su reclusión no reciente, atiende a Efe en estos días complicados en los que le ha tocado extender temporalmente su ámbito de actuación.

 

Reside Aramendia desde 1986 en la torre de San Cibrao, en el litoral lucense, y también se encarga de la coordinación de los vecinos faros de Punta Roncadoira e Isla Pancha. La baja de una compañera la ha abocado además ahora, durante unas jornadas, a hacer lo propio con el de Estaca de Bares y con las balizas de la ría de O Barqueiro, ya en la provincia de A Coruña.

 

Esta funcionaria es una de las cuatro profesionales que resisten en la Autoridad Portuaria de Ferrol-San Cibrao, -la que dirige el ámbito marítimo de toda la franja norte de Galicia-, a la paulatina extinción de un oficio histórico que se va apagando, pues toma el relevo la tecnología. Junto a ella, aguantan "al mando" Mercedes Aranceta, Carmen Carracedo y Miguel Cernuda, "mayoría femenina clara", señala Elena. Y comenta que la "situación actual no cambia en nada nuestro trabajo, que consiste en las visitas semanales a las señales".

 

Su función clave, la concreta: labores de mantenimiento para "evitar incidencias", puesto que esas infraestructuras ya están "en su gran mayoría telecontroladas". Por eso, en caso de problemas, se enteran por una metodología tan convencional como "una alarma en el teléfono" y, si salta, "procedemos a las actuaciones necesarias, ya sea por telecontrol o con presencia física".

 

"Es un servicio que en ningún caso tiene que quedar desatendido", apostilla. En su tarea está acostumbrada Elena Aramendia a actuar sin ver la cara de superior alguno "dada nuestra lejanía con Ferrol"; pero sigue siendo "un trabajo en equipo".

 

No en vano, su relación es "habitualmente telefónica o por correo electrónico" pues, como todo el mundo conoce, "los faros están normalmente alejados de núcleos de población". No hay "nada insalvable con un vehículo", asegura, y por suerte el de San Cibrao, su evocadora residencia, "está muy cerca del pueblo" y su entorno es, asimismo, un lugar de "paseo habitual de la gente".

 

Aún con esta proximidad, alguien de su oficio, apunta, juega con evidente "ventaja" en un mundo al que le cuesta recluirse en casa. "Nosotros trabajamos solos y sin miedo al contagio", confiesa, e incide en el "intangible" que obtiene de su encomienda:

 

"Disfrutamos de la libertad de trabajar en sitios con vistas espectaculares; en nuestras casas, nuestras ventanas dan a la luz, al mar, a la naturaleza". Aramendia sí reconoce, pese a ello, que en un aspecto concreto el encierro obligado "es igual de duro para todos", en su caso por quedar privada en estas semanas de "contacto físico alguno con la familia, con nuestros amigos y con los que nos son cercanos".

 

Afronta por este motivo las restricciones del estado de alarma "con el peso de la preocupación" al tener a sus dos hijas en Madrid, además de con una inquietud que no oculta por el resto de sus parientes.

 

Su deseo es, por tanto, con estas circunstancias personales o sin ellas, como no podría ser de otro modo, común al de los 47 millones de españoles:

 

"Que todo pase lo más rápido posible". Y, mientras el resto de la población piensa en cómo aprovechar tanto tiempo de asueto, la farera de San Cibrao no descarta que muchos de sus "pendientes" vayan a seguir "con esta misma pestaña". No le van a sobrar muchos minutos, asegura, porque hoy más que nunca tiene también un móvil para otro uso: "Acercarme a los míos".

 

De ahí que su "lista interminable de cosas sin hacer" seguramente, al final de este período, "siga siendo igual de larga". De todos modos, acostumbrada a un silencio que interrumpe de vez en cuando uno de tantos temporales, Elena Aramendia tiene claro que no cabe el tedio:

 

"No me aburro sola". Ahora bien, desconoce si "es algo que se desarrolla siendo farera o ya viene de fábrica para poder serlo; en mi caso, venía de serie", se contesta a sí misma. Por su vocación contribuye a que el país "azul" continúe en pie. Por mucho que sople el viento o intimide el oleaje.

Vivir en el faro del fin del mundo