sábado. 20.04.2024

Alonso llegó a Santiago por el Camino. A su inseparable perra, "La Rubia", la recogió en su peregrinaje. Juntos eran como Charlot y Scraps. Su historia ha sido llevada a un documental pendiente de estreno. Él no podrá estar. El animal vive hoy con una profesora que era buena amiga de su dueño. Este hombre, cántabro, de Santander, ciudad de encanto pesquero, murió el pasado 1 de abril.

 

La pandemia, el estado de alarma y las restricciones han impedido darle la despedida que cuatro mujeres a las que revelaba su puñado de secretos hubiesen deseado para él. La vitalista Nuk López, que habita a caballo entre Compostela y Francia, solía detenerse con el melancólico Alonso Cortada, desde el asiento reservado para él en Casas Reais, en Santiago.

 

Entre ellos ha habido largas horas de charlas y de cafés, muchos en un local hostelero cercano, La Flor, donde han sentido muchísimo la pérdida. Ella, fotógrafa, se encontraba haciendo sus pinitos. Él tenía un relato potente, por sí mismo.

 

Nuk se planteó en un inicio para su primera incursión en el mundo audiovisual una radiografía coral, pero enseguida mudó de opinión. Alonso, "el hombre de piedra", él, tenía que ser el protagonista exclusivo. Acordeón, piano, toda la música compuesta por ella; ladridos y voz, de Alonso y "La Rubia".

 

La obra, enternecedora, recorrerá varios festivales y habrá una proyección especial en memoria del principal intérprete humano. Será esa, dice su autora a Efe, una jornada "en la que nos abrazaremos tanto que podremos llegar incluso a tocar las estrellas".

 

A él le hubiese gustado estar, pero se quedó a las puertas. El objetivo de Nuk ha captado la mirada "traviesa y enigmática" del errante que desprendía "compasión y melancolía" y que disfrutaba del jamón, aunque a "La Rubia", como describía él mismo, le gustaba más que a nadie. Ya desde cachorra, cuando se topó con ella.

 

Él comía un bocadillo, "La Rubia" se le arrimó, él le ofreció, y nunca se separaron. Varices en el esófago y pérdida de la función cerebral a causa de un hígado que no era capaz de eliminar las toxinas de la sangre. El historial médico de Alonso Cortada mostraba una salud delicada.

 

Esperaba un trasplante, el cual no llegó a tiempo. Compartía piso y abonaba su parte con un dinero que cobraba cada mes. Él trabajó, pero en la capital gallega se hizo con una concha de vieira. Nunca pedía. Y era agradecido con los que le regalaban alguna moneda. Alcanzó el Obradoiro por la Vía de la Plata, se enamoró y nunca más se movió.

 

En el lugar que él seleccionó para pasar sus días, han levantado un altar con flores y mensajes tales como "Hola Alonso, algunos te vamos a echar muchísimo de menos, amigo. Hasta siempre" o "Se nos fue un hombre de piedra. Hasta siempre, Alonso. Descansa en paz". Ese es justo el título del documental de Nuk, "El hombre de piedra", por alguien que era un poema de piedra, y, con su marcha, hasta la poética enmudeció, como manifiesta su confesora y colega.

 

No es ella el único personaje clave. Alonso sabía cómo rodearse de buena gente. "La Rubia", la primera. Podría estar él en otro lugar, como un albergue, pero no si suponía renunciar a ella, que lo era todo. "Para que ella esté mojada y yo seco, no, no. Nunca se lo he hecho. Y nunca se lo haré". Así fue. Nadie de su círculo íntimo iba a permitir que se quedase en una fosa común. Una cremación, sí.

 

Las cenizas las tiene Chus Iglesias. Alonso no se marchó solo. Llevó su cruz de madera, su credencial de peregrino, y también la de "La Rubia", así como la primera correa de ella. Todos los días, varios ratos en cada jornada, y de noche igual, estaba con él Chus, mientras permaneció en el Hospital Provincial. Un momento difícil fue el de la conveniencia de sedarlo. Vera, que es profesora de violonchelo en el conservatorio que Alonso tenía al lado, apareció en ese centro médico, como si un sexto sentido la alertase, en ese doloroso instante, que lograron mudar a un bonito momento. "¿Cuándo os volveré a ver?", preguntó él, al que ocultaron, por humanidad, cuál iba a ser su desenlace.

 

"La vida es muy corta", le respondió Chus. Y, cual anestesista, le recomendó que pensase en algo bonito. "¡Una paella!", respondió Alonso entonces. Y provocó las risas de Vera, de Chus y la suya propia. "Fue maravilloso verlo después roncar", rememora Chus, que junto a Eva, la cuarta pata, y Vera determinó que lo mejor era la incineración. "Tuvo extrema unción y responso. Y, cuando se pueda, llegará un bonito acto para él", anticipan. Vera Alonso tiene a "La Rubia".

 

Esta maestra ya se ocupaba de ella. Era su madrina. Con el veterinario, corría. Desparasitar, vacunas, la comida... Sigue acudiendo a la misma clínica. De día, "La Rubia" lo lleva razonablemente bien. De noche, aulla y busca a su amigo. "Tiene que pasar tiempo", exclama Vera mientras la acaricia. En el cortometraje de 1918 y de cuarenta minutos de duración del genio Charles Chaplin no había ni una sola palabra. Porque en ocasiones ni falta que hacen.

Alonso y "La Rubia": último viaje de un peregrino y nueva vida para su perra